Pero en mi vida en once todavía no entiendo la aventura. Ayer un peruano me hablaba de las maravillas de los lugares peruanos. Pero cuando le dije de ir, me recomendó ir acompañado, para que no me descuarticen. Mi compañero de piso vive la vida como una aventura. Sabe que la adrenalina es una droga que reemplaza satisfactoriamente a la planificación, al futuro, a ansiar una construcción ficticia. En realidad ya está muerto. Pero lo quiero tanto que no quiero que se de cuenta. El mundo necesita locos como él, alguien que siga la guerra contra el buen juicio. Alguien que encuentre romántica la consecución de seguir perdido después de perder el carril. El mundo es muy basto como para pensar que se lo conoce. E incluso la propia aventura se cierne sobre uno mismo. Cuál es el factor que genera el azar, la probabilística de que te despierte la mañana con una chica que durmió con tu amigo chupándote la pija, y cómo hace esa persona para ir a trabajar inmediatamente después de eso.
Sigo con la ilusión de que el sexo trae conciencia. Sé que es una falacia. Admiro a los que lo profesan con entusiasmo. Creo que estoy perdiéndole fe. Necesito una monja que me encarrile en las sendas del buen feligrés. Necesito tirarme boca abajo y que una chica se estruje la concha hasta que me caigan gotas de su coito en la boca, algo que me haga sentir de nuevo con la luz entre los ojos. Subliminar. Subliminal.
Ano Nimio
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