domingo, 6 de julio de 2008

frustración

Lo intenté y lo intenté, y fracasé. Me someto al castigo del publico.

Paseo por el purgatorio

- ¿Estamos en Flores?

- Sí.

- ¿Falta mucho para el cementerio?

- No, muy poco.

- ¿Unas veinte cuadras?

- Sí, algo así. En cinco o diez minutos estás ahí.

- Gracias

- Por nada.

Me bajo del colectivo ni bien termino de responderle a la señora desorientada sentada al lado mío y voy a mi casa. Venía de Barrio Norte, de recibir de una señora un sobre para mi jefe, Compay (así le digo yo por su manera de vestirse y porque Compay Segundo era la única persona que conocía que fumaba puros. Claro que no nunca lo llamo así delante de él; nunca me dijo su nombre ni me animé a preguntárselo). En casa agarré otro sobre con la plata que había recaudado en sus negocios y un mp3, para amenizar el viaje hacia Merlo.

En el colectivo me empezó a picar la curiosidad (pecado mortal para Compay). Decido abrir el sobre que me dio la señora. Veo que tiene fotos numeradas de chicas; calculo que de entre doce y catorce años; chicas en bikini y posando. Son muy lindas; qué mala suerte.

Nadie es tan reservado porque sí, pero a mí qué me importa. No tengo nada que ver, soy solo un mensajero, como el arcángel Gabriel. Tal vez les esté haciendo un favor a las chicas, vaya uno a saber. Compay es tan generoso como desagradable.

El tipo vive totalmente apartado de la civilización y para llegar tengo que caminar un montón, hasta donde ya no hay más calles asfaltadas y las casas se presentan en una sucesión discontinua. Lo veo de lejos: está en el patio delantero de su casa, sentado en una silla de plástico berreta, vestido con una camisa blanca casi transparente, un pantalón de vestir raído, sombrero panameño y pantuflas. Está fumando un puro trucho de estación de servicio. No es ni afro, ni cubano, ni músico y mucho menos estrella; un viejo falso, disfrazado caribeño que salió a pasear por Merlo, lejos, hasta donde ya no habían ni calles ni casas, que se perdió y no tuvo más remedio que quedarse donde estaba y levantar una casa triste y marcar un camino que lo una al resto de la ciudad en la medida que pudiese y quisiese. Ah, presuntamente es proxeneta, me olvidaba, pero de todos modos eso es un detalle más.

Toco el timbre. No me mira.

- ¡Nena, abrile al pibe!

De atrás, de la casa, sale una mujer de unos cincuenta años, supongo que más o menos quince años menor que Compay, cansada y de mal humor; me abre la puerta y no me responde el saludo. Vuelve a la casa. La “secretaria”, pienso y casi me río. Secretaria, sí, no tengo dudas de que esa es su función. Me acerco al viejo, tímidamente.

- A ver, dame la guita.

Cuenta los billetes y separa doscientos para mí.

- Pasame el sobre que te dio Miriam.

Mira las fotos, detenidamente.

- Decile lo siguiente: la tres, la siete y la catorce ¿Te vas a acordar o te lo anoto?

Asiento con la cabeza.

- Si no te acordás la vas a pasar a mal, pelotudo. Andate, dale.

Me devuelve el sobre con las fotos (no debería haberlo sabido, como lo lamento). No se puede despedir nunca sin una amenaza, el viejo forro este. Me encantaría verlo muerto y bailar sobre su tumba. Cómo lo lamento, ¡pero cómo!

Tengo un largo camino a Barrio Norte. Pienso y pienso, “el ángel del señor le anunció a María”, todos necesitamos plata, estoy hasta las pelotas de sus amenazas, ¿la secretaria que pito toca? (además del de Compay y de ser secretaria) (chasqueo el índice y el pulgar derecho al lado de mi oreja para no perder el hilo), los ángeles nunca transmiten mensajes cómodos.

Empiezo a escuchar el mp3 y no pienso más.

Por fin llego a la casa de Miriam. Me recibe en la puerta del edificio.

- ¿Qué te dijo? –me preguntó antes de terminar de recibir el sobre.

- Ninguna. Que sigas buscando.

- ¿Eso te dijo?

- Sí

Último viaje: Flores. Unas señoras hablan de la juventud de hoy. Son profesoras de secundario que se quejan de la insolencia de los alumnos, la falta de autoridad, de la necesidad de la disciplina, de los fracasados a los que estaban educando y ambas coinciden en que con esos chicos el país no tiene futuro. Una le comenta a la otra que había encontrado a una pareja de alumnos haciendo el amor en la escalera, mientras la otra niega con la cabeza. Qué barbaridad. Tienen un olor a cigarrillo que mata, y eso que estoy sentado un poco lejos. Es una pena que sean las únicas voces que escucho en el colectivo; necesito una distracción, no quiero pensar, y esas señoras me aburren, ¡Ah, mi Mp3! ¡Ha llegado la hora en que por fin cumpla su misión y me salve! Apoyo la cabeza en la ventana y sigo mirando a las señoras moviendo los labios y gesticulando hasta que cierro los ojos.

“De alto cedro voy para Marcané

Llego a Cueto y voy para Mayarín

El cariño que te tengo

Yo no lo puedo negar

Se me sale la babita

Yo no lo puedo evitar…”

(Estoy atado a una cama, desnudo, con una extremidad atada a cada punta. Hay dos chicas, una a cada lado de la cama, vestidas con jumper; cada una con un rosario en el cuello. Se ríen tapándose la boca. La que está a mi derecha, saca un bisturí y me hace un pequeño corte en el brazo. Estalla en una carcajada y contagia a su amiga. Me hace luego cortes en todo el cuerpo. Se divierten mucho. “Ahora lo marinaaamos bieeeen” dice la de la izquierda, y me rocía con limón y después me echa sal. Se ríen más, dan saltitos, no se pueden contener; yo quiero gritar, gritar hasta el cielo, pero no me salen las palabras.)

- Flaco, ¿vos no te bajás siempre en Flores?

- Sí.

- Te pasaste.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No comparto la idea de castigarte. el relato no me parece para nada frustrante. Ya quiesiera yo haberlo escrito, al menos, para tener algo decente que postear en un blog. A mi ultimamente, no se ocurren nada...