miércoles, 7 de enero de 2009

¿Por qué envenenan a nuestros hijos?

Soy un padre preocupado. Paso la mayor parte del día intentando evitar que mi hijo sea envenenado, ¿acaso es justo eso?
Mis sospechas comenzaron hace un par de años, cuando un día traje del supermercado un juguito en polvo diluible. Me sorprendió ver como lo tomaba mi hijo: los ojos se le salían de órbita, tomaba un vaso detrás de otro atropellandólos; transfigurado como un demonio, consumía un litro en pocos minutos.
— ¿Te sentís bien?
—¿Qué carajo te pasa?
Yo retrocedí unos pasos y dejé que termine la jarra de jugo para que la cosa no pase a mayores. Moví de la sala el televisor y los jarrones, que son las cosas que más valen, por si sufre el ataque. Además él también se hubiera podido lastimar.
—¡Para qué movés las cosas! si después las tengo que mover yo.
- Hijo, dejá de tomar eso, por favor.
Miró la jarra y el vaso. Después me miró a mí con cara de sorpresa.
—¿Esto? Todavía quedan como cuatro sobres, si querés hacete uno.
— Sí, claro, me preparo uno.
Me fui al baño y vacié los cuatro sobres en el inodoro.
Cuando volví a la sala, mi hijo ya había salido. Olí la jarra. No tenía alcohol. Ojalá hubiera tenido.
Me senté un rato a leer los ingredientes. Eran ininteligibles. Es parte de la estrategia; tiene todo menos naranja.
¿Por qué envenenan a nuestros hijos?
Es un gran negocio. Después de eso, si lo llevaba al médico, me recetaba ritalin para la hiperactividad, y después bebidas energizantes, para equilibrar; y de ahí en adelante, la vida se juega en un equilibrio de productos a base ingredientes que nadie sabe de qué se tratan, y se rompe con todo equilibrio humano. El agua podría ser una solución, pero... ¿qué agua? ¿Acaso saben que le ponen al agua de nuestros hijos? Mejor ni averiguarlo.
Ustedes pensarán que el incidente del jugo en polvo me llevó a hacer una larga y ardua investigación de dos años tratando de dilucidar por qué envenenan a nuestros hijos. No lo hice nunca. Me parece peligroso; más aun después de lo que vi cuando volví al baño.
Parecía generación espontánea. La tabla del inodoro salpicada de gotas naranjas y motas de polvo sin diluir. Una cucaracha gigante( unos sesenta centímetros de largo por diez de ancho) dirigía un contingente de cucarachas de tamaño estándar que se regocijaban en el jugo, y de tanto en tanto, las cucarachas de tamaño estándar se empachaban y, literalmente, explotaban; la cucaracha reina no: el jugo parecía hacerla fuerte, crecía tan rápido como una de esas tortugas ninja (cuando cerré la puerta, espantado, le calculé un metro de largo).
Me recomendaron un insecticida. Se rieron de mi historia. Cuando toda vida animal esté envenenada, sólo se van a reír los genios que inventaron estos métodos.
Ojalá no hubiese sabido tanto.

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